En el marco de la 31ª edición de la Fiesta de la Vuelta del Veranador, entre mates y charlas con los puesteros, afloran historias de vida que reflejan la dureza de vivir en la montaña. Una de esas historias conmueve por su resistencia y esperanza: la de Don Hilario Espinosa, un criancero de más de 70 años que sobrevivió tras caer del caballo y quedar varado en la cordillera durante más de 30 horas.

Todo ocurrió hace cuatro años, un sábado por la mañana, cuando Don Hilario salió a recorrer el campo y sufrió una caída. “Nunca perdí la conciencia”, cuenta, pero admite que la experiencia fue extrema. Pasó todo el sábado y gran parte del domingo sin poder moverse, solo, en plena montaña. “El sábado bien, el domingo ya no podía más”, recuerda. Don Hilario nunca se pudo levantar del suelo ya que tenía quebrada unas vertebras.
A medida que las horas pasaban, la situación se tornaba más crítica. “Me sentía en una película de esas que te muestran a alguien perdido en el desierto, y pensaba: ¡qué cierto que es eso!”. La espera fue larga, pero finalmente, el instinto de su mujer — quien al notar que Don Hilario no habia vuelto esa noche mandó a su hijo a buscarlo — fue clave. “Cuando finalmente vino mi hijo, por suerte lo pude llamar y mi hijo al escuchar el grito me vino a sacar”, relata con emoción y sin evitar quebrarse.

La odisea no terminó ahí, el siguiente desafío fue trasladarlo a Malargüe, desde la tarde que fue encontrado hasta alrededor de las ocho de la noche que pudieron sacarlo y cruzarlo por el río mas caudaloso de la provincia en un cable, y de noche. Desde hace años, en esas zonas remotas, las jaulas de cable son el único medio para cruzar. Vecinos las usan para transportar comida, materiales de construcción, animales e incluso niños que van a la escuela. Pero las condiciones son peligrosas: muchas carecen de manivelas, obligando a los usuarios a cruzar de forma manual, con el riesgo permanente de una caída al río.

Pese a todo, Don Hilario fue trasladado primero a Malargüe y luego a Mendoza, donde permaneció cuatro meses internado. El accidente le dejó secuelas, pero su espíritu sigue intacto.
Durante el tiempo que permaneció solo, aplicó su conocimiento del entorno para sobrevivir: logró extraer algo de líquido de ciertas plantas para hidratarse y, como pudo, se quitó las espuelas para hacer ruido y espantar a los animales salvajes que se acercaban a morderle las manos.

Hoy, Don Hilario puede caminar, hablar y —lo más importante— celebrar una nueva edición de la Fiesta de la Vuelta del Veranador junto a su gente. Su historia es símbolo de resistencia, pero también un recordatorio urgente de la necesidad de mejorar la infraestructura en la región.
“El puente sobre el Río Grande es muy necesario”, recuerda el puestero, con la sabiduría de quien conoce bien los peligros de vivir aislado. Un puente no solo representa seguridad, sino también dignidad para los crianceros que, como Don Hilario, hacen de la montaña su hogar.



