Por Dr. en Historia Sergio Eschler
“La identidad, desde el ser alguien como umbral de horizonte de Occidente, donde el pa’mi, posibilita la búsqueda de las cosas sagradas, en el estar siendo en un lugar, en el suelo que habitamos, punto de convergencia entre el pa’mi y el mundo exterior.”
Rodolfo Kusch
Si existe un escenario geográfico e histórico para reivindicar los derechos sobre la diversidad cultural, ese es Malargüe. Repensar la pluralidad de etnias que habitaron el Sur provincial, nos permite identificar un entorno de experiencias y vivencias que muchas veces fue víctima de olvidos voluntarios o estigmatizaciones como etiquetas de pueblo bárbaro, infértil o marginal. Por estas razones, el artículo se titula el encubrimiento del otro, poniendo en valor una definición del filósofo mendocino Enrique Dussel,1 donde denuncia el ocultamiento y el exterminio de la Otredad durante le proceso de conquista.
La Conquista de América, iniciada en 1492, debe ser interpretada mediante una temporalidad de mediana y larga duración. Para deconstruir algunas matrices cognitivas y culturales sobre esta problemática, les propongo repasar dos caminos. El primero, el giro descolonial del ya citado Dussel. El segundo, el Nacionalismo Iberoamericano que nos propone el pensador criollo Alberto Buela.2
Uno de los debates centrales sobre el 12 de octubre es: ¿Como enseñar y comunicar el significado de ese proceso histórico? Si uno se hubiese hecho esta pregunta a principios del siglo XX, había una sola forma de responderlo: llega la civilización a América. Sin embargo, esas miradas comienzan a ser cuestionadas, poniendo en el centro de la escena que aquel encuentro, fue violento, donde las sociedades que lo protagonizaron tenían lógicas e intereses muy diferentes. La europea, con una matriz expansiva, buscaba horizontes y mercancías. Por el otro lado, sociedades un poco más hacia dentro, pero muy sofisticadas en cuantos a sus aspectos ideológicos, culturales, políticos y sociales. Esto es fundamental porque en América se desencadenan procesos que prácticamente duran hasta hoy, como la disminución de la población originarios.
El pensador de la Filosofía de la Liberación Dussel, y su giro descolonizador, denuncia que desde el siglo XV se produjo una invasión al continente de América, el mal llamado descubrimiento. Como consecuencia, Europa se transformó en metrópolis y nosotros fuimos su colonia en todos los niveles: político, militar y cultural. Para ello considera necesario contrastar la experiencia europea de la Modernidad, a partir de su propio mundo de la vida, con la experiencia latinoamericana de la modernidad, también a partir de su propio mundo de la vida. En este diálogo surge un disenso inicial a partir de un equívoco de la modernidad expresada en términos eurocéntricos: ésta tiene el concepto emancipador racional, pero detrás de éste y en la confrontación con la otra experiencia se pone de manifiesto algo que aquel concepto oculta: el mito de la modernidad de justificación de la violencia. En ese camino cognitivo, propone que tendríamos que empezar a pensar en una reforma anticolonial: dejar de ser colonia y descolonizar la educación, no ser más coloniales en el pensamiento.
En línea a la propuesta de Dussel, otro el “filosofo criollo”, Alberto Buela, se pregunta: ¿Qué define lo Nacional Iberoamericano entonces? Varios rasgos o principios vitales dan la respuesta. La continuidad territorial construida por la historia, tradiciones, luchas, memoria y costumbres afines. En Iberoamérica prevalece una idea de Patria, tierra de nuestros padres, lo español, lo indígena que va más allá de las fronteras establecidas por los varios proyectos de nación. Esta característica, que arraiga en los pueblos, delimita y ajusta lo nacional, negando toda voluntad imperial cuando ésta se insinúa con derechos de nacionalidad sobre territorios alejados de ella.
Empezar a pensar con nuestra propia cabeza y no con la cabeza extranjera, educar para ser libres y no para repetir simplemente lo que otros dicen, habría que descolonizar la currícula de todas las materias desde el primer año, una real transformación educativa debería comenzar por enseñar otra historia.
Es fundamental pesar, estas dos propuestas, comprendiendo que los pueblos no están dados, simbolizan un proceso. Un derrotero en el cual conforma una personalidad histórica, una conciencia y una organización social, que sólo es posible cuando existe una unificadora cultural. Debemos ingresar a una nueva etapa en nuestra conciencia americana, con fuerte poder de veto a lo eurocéntrico, potenciando el giro descolonizar propuesto en los párrafos anteriores.
Un proyecto departamental acorde a los enfoques de interculturalidad puede ayudarnos a problematizar, desde el pensamiento crítico, porque pasamos del día de la Raza al día por Respeto a la Diversidad Cultural, teniendo en cuentas las luchas que se vienen dando en los planos sociales y académicos. Poner en valor una etapa de síntesis, en que se valoren los méritos a partir de cada cultura, tanto la hispánica como la americana, con un sentido objetivo y justo. Sobre estas bases auténticas reafirmaremos una verdadera identidad propia, no signada por la copia ni la adhesión ciega a otros patrimonios culturales foráneos, es el gran desafío de un Malargüe que se proyecta al siglo XXI, dejando visualizar “al Ser Histórico malargüino integral”, negado casi siempre, sin posibilidad de converger con otros mundos.