Prendí una vela, para profundizar en mis arranques a la hora de salir el mundo y que ya no me coma, ni yo a él.

Hice las pases, planté una semilla en lo que aspiro a ser, mientras además de seguir mi intuición, voy amigada con mi deseo.

Todo parece mejor a la hora de abrir el paraguas y que la lluvia deje de ser tormenta, para apreciar el paisaje después de darle algo mío, una ofrenda de todo lo que no quiero arrastrar, de lo que no quiero alimentar, mientras regó más de una posibilidad.

Erupcioné todo con el paso de mi palabra frágil pero fuerte como una bomba, removí todo.

Abrí cajones, tiré libretos, encontré en la profundidad más verdades arraigadas de conversaciones que quedan en la nada, pero que permanecen, me habitan, entonces salgo de mi caparazón, salgo de la oscuridad y empiezo a amigarme de la dualidad que puedo ser y tener, a la hora de ponerme de acuerdo con todas mis partes.

Supe ser miel, supe ser diluvio y atravesar todo lo que implica mirarme al espejo, ser dos, romper tus estructuras y jugar con tu lodo, formar nuevas formas, de amor.

Respiro el aire que llega después de sumergirme en historias que no son mías, pero que me distraen, me sostienen, me retienen, para impedirme avanzar en mi día a día, volviendo a mí, recuperarme, ser ritual, mientras el humo del fuego sagrado llega a mis entrañas, renazco en cada paso que hago para volver a mi ser.

Juego con alguna que otra emoción que me permite además de ser creativa, confiar en mi sabiduría.

Desate mi pelo, nudos, alguna que otra soga que no sabemos quién, pero tal vez mis propias expectativas y yo la tirábamos, para ver quien ganaba, cuando por acto de magia, corte los lazos que me unían a lo que esperan de mí, y lo que soy.

Volví a mi raíz. Plante una semilla. Me habito en cada recoveco de todas las habitaciones. Refugio soy. Vuelvo al centro, me descalzo, me desnudó, me honro y me tomo fuertemente para seguir tirándome agua, aún en los momentos más secos en donde pongo un límite y cuido mi lugarcito, decorando palabras que no hieran, ya no.

Clave una daga entre esas delgadas líneas de la intención y la palabra que sale.

¿Qué se esconde detrás de toda acción impulsiva?

¿Qué sucede cuando miro hacia adentro y apago el ruido ajeno?

A lo lejos, se escucha, el sonido de la palabra, puesta y a disposición del cambio, de la ruptura, de lo que te digo y me digo, y lo que digo.

Pasos y saltos largos, para caídas cortas, cercanas, que me toman esta vez no desprevenida, sino más bien listos para dejarme caer en la fe que puede ser, volver a creer en vos y en tus capacidades para manifestar.

Toque por defecto todo lo que no es, entonces en efecto domino, todo se cayó, todo se derrumbó, para volver a construir desde mi cuerpo, lo que coincide con mi sentir.

Lo que va con mi corazón, cuando elige vibrar en ternura y ya no tanto en estructura.

Fui desenvolviendo todos los muebles que tapé porque no usaba o porque elegía no ver que estaban, entonces en ese acto de revolución interna, afloró más de un sentir que no es mío, pero que lo siento, habita, ahí está.

Voy en picada, pero esta vez más profundo; para resurgir entre todo lo colectivo que puede ser, abrir mis puertas y ser canal.

En la imperfección de las cosas hábito en comunidad, abriendo más de una ventana, para que, entre el sol, también la luz.

Fluir en el caos como por defecto a lo que deja de ser bello, para ser apreciado por lo que es,

Algo que no todos ven.