Por Dr. Sergio Eschler
A lo largo del tiempo se ha construido un imaginario social sobre la docencia, en el que se le atribuye al ser docente rasgos que parecen naturales, pero en verdad no lo son: sino que son construcciones históricas que responden a determinados intereses y convicciones. Este imaginario no es cerrado ni inmutable, sino que se transforma conflictivamente en el marco de procesos de luchas y resistencias.
Es oportuno reflexionar, en este nuevo día del maestro, sobre algunas dimensiones que forman parte del colectivo social docente y que muchas veces pasan desapercibidas, se invisibilizan por la urgencia de la coyuntura.
En primer lugar, señalar que los orígenes del día del Maestro, tienen una perspectiva continental americana. En 1943 se realizó la Primera Conferencia de Ministros y Directores de Educación de las Repúblicas Americanas en Panamá, donde surgió el proyecto que finalmente se concretó en 1945 a través de un decreto firmado por el entonces presidente, de facto, Edelmiro Farrell. En las diferentes naciones de nuestro continente, el día maestro tiene distintas fechas.
Otra dimensión interesante es sobre el bronce sarmientino. Sin embargo, no vamos a profundizar en este aspecto, la historiografía ha cambiado los paradigmas oficiales con abundante contundencia, desarrollando una mirada crítica a los roles y prácticas del sanjuanino, que poco tienen que ver con el trabajo docente cotidiano. Pero ese debate, lo dejamos abierto, para otra oportunidad.
Pero, interpretemos algunas dimensiones propias de la educación. La docencia a lo largo de gran parte de nuestra historia, estuvo, y está vinculada al rol del Estado. Todas las tradiciones políticas, han considerado a la educación pública como un valor propio de la argentinidad. Los liberales del siglo XIX, los conservadores, los militares, las políticas radicales o peronistas han mantenido más o menos una de las pocas políticas públicas que hemos podido armar como nación.
Las luchas docentes han sido fundamentales y fundacionales a lo largo de la historia. Cuando la política pública, descripta anteriormente, atentaba contra el funcionamiento de la educación, la protesta siempre estuvo para construir fuerza social y consenso. El espacio público, como ágora de legitimación fue ocupado por los docentes a lo largo de todo el siglo XX y XXI. Para ilustrador, ejemplos de apropiación del espacio publica, solo citaremos dos momentos. Uno local e histórico, otro reciente con perspectivas nacionales e internacionales.
El primero, los estudiantes de Malargüe en los actos escolares del año 1950, desfilaban, en los actos 25 de mayo y 9 de julio, cantando la consigna “Departamento Si, Distrito No”, estas manifestaciones fueron el preludio de la obtención de la emancipación del Departamento en noviembre de ese año. Momento estelar por excelencia de Malargüe.
Segundo, la represión brutal contra los docentes en 2007, en Neuquén, que provocó el asesinato de Carlos Fuentealba. Este caso es fundamental para ilustrar las disputas contemporáneas, y el eterno pedido de justica, ante tanta impunidad.
Un campo de tensiones, cultural pero también laboral, es la confrontación entre las conceptualizaciones de profesionales o trabajadores de la educación. Este debate es central. Para el derecho laboral, toda relación de dependencia laboral, implica dos partes, la patronal y los trabajadores/as.
Sin embargo, en la década del setenta, se comenzó a considerar la idea de trabajadores de la educación, con la intención de generar conciencia sobre las luchas cotidianas de un colectivo que siempre fue considerado como un “área blanda” del Estado. Como Trabajadores de la Educación el 23 de mayo, fecha definida en el marco de la histórica Marcha Blanca del 1988, encuentra sentido en nuestro constante esfuerzo del ayer, en el hoy y seguramente por siempre, en cultivar la memoria como acervo ético de nuestro pueblo.
Considerar el hecho educativo como un proceso de trabajo complejo, colectivo y que conjuga lo organizacional y lo pedagógico abre una posibilidad en la que los procesos colectivos de trabajo determinan los modos y formas de circular, transmitir y producir conocimiento. La escuela, como espacio socio-político-pedagógico, como centro de producción de conocimiento es y será el lugar donde las decisiones pedagógicas y didácticas cobran sentido y significado, tanto en el trabajo presencial como en el trabajo a distancia.
La construcción de la educación pública como proyecto cultural popular y liberador, es una de las prioridades de la agenda educativa de los próximos años, profundizar la comprensión de los cambios producidos y los caminos para su reconfiguración requiere explorar nuevas interpretaciones sobre el sentido del trabajo en las escuelas y el conjunto del sistema educativo.
Además, la responsabilidad social de la docencia en la formación de las nuevas generaciones hace imprescindible e impostergable esta reflexión, poniendo en valor el carácter social, político y colectivo del trabajo docente, su reconocimiento como productor de conocimiento sobre la enseñanza y su necesaria participación en la definición de los modos de organización de ese trabajo.
Teniendo en cuenta, estas deliberaciones panorámicas, tal vez, el hecho educativo actual con sus problemáticas, siga siendo liberador, transformador e inclusivo, y no nos hemos dado cuenta, pero nuestra identidad histórica nos mantiene comprometidos y alertas.