Por Coach – Terapeuta Holística Integral Paola Alaniz
¡Buena vida gente linda! Aquí estamos nuevamente, y hoy les comparto un cuento corto que dice así:
Un cazador se perdió en la selva densa, mientras perseguía a un ciervo. Utilizo todas sus habilidades y conocimientos de orientación, pero no pudo encontrar un camino para salir de la selva, ni pudo encontrar algo para comer. Por tres días seguidos, caminó y caminó desorientado. Perdiendo todas las esperanzas empezó a pensar que podía morir de hambre. Y ahí fue cuando vio un manzano, estaba tan contento que recogió de 10 a 20 manzanas, para alimentarse por el resto del camino. Mientras comía la primera manzana su gozo no tenía límites, no podía dejar de sentirse agradecido y bendecido. Agradeció a la vida, a Dios, estaba tan feliz que no podía creer en su suerte, mientras comía la primera manzana.
Pero se volvió menos agradecido mientras comía la segunda manzana y se sentía aún menos agradecido cuando comió la quinta. De alguna manera con cada fruta que comía, el gozo disminuía drásticamente. Sencillamente no podía disfrutar de la décima manzana. Incluso empezó a tirar manzanas que no le parecían ricas. Y empezó a quejarse y a dar por sentado el regalo de haber encontrado un manzano en medio de la selva después de tres días de hambre.
En realidad, esta situación se la considera como la ley de gratitud decreciente. En palabras sencillas, es tomar las cosas por sentado, o darlo por hecho, que seguramente va a suceder…, etc.
La décima manzana representa nuestra falta de gratitud por los regalos de la vida, el cazador a todos, y la manzana, a los regalos que nos da la vida. Esta es tan dulce como la primera, si la décima manzana deja de darte el mismo placer que la primera, no hay nada de malo en la manzana pero, sí lo hay con la persona que está disfrutándola.
Les comparto este cuento porque estamos teniendo el efecto de la décima manzana. Escucho cómo se quejan las personas por todo: de sus trabajos, de los hijos, de sus parejas, de la familia, del poco tiempo, de la comida, del cuerpo, entre otras.
No ha pasado mucho tiempo de la experiencia de “PANDEMIA”, “DEL ENCIERRO”, “DE LAS LIMITACIONES”, “DE LA PROHIBICION DE ENCUENTROS”. Pero parece que ya olvidamos mucho de ella. Durante la cuarentena, estoy segura que apreciamos muchas cosas de la vida que antes las tomábamos por sentado, incluso cosas pequeñas como lo bueno que es hablar con un ser querido o cuánto nos alegra poder disfrutar de una seguridad laboral. Por ser libres para nuestras actividades, libres para lo que deseamos consumir y programar.
En el último tiempo de la pandemia, nos sentíamos con gratitud por todas las bendiciones que antes no habíamos reconocido, empezamos a valorar el lujo en el que vivíamos, de comida, de los productos, de la libertad, de la salud, de los viejos tiempos mejores y nos damos cuenta que tomábamos todas esas cosas por sentado.
Ahora tenemos dos opciones: ser agradecidos o volver a estar estresados y es una elección. El simple hecho de poder respirar, de despertar en nuestras camas, de ver a nuestros seres amados, de abrazarnos las veces que queramos. Agradecer que elija mi trabajo, que pueda organizar un encuentro o un viaje. Agradecer la libertad.
Pienso que no hay que dar por seguro nada, hoy si tienes a tus padres vivos, abrázalos.
Si alguien te elije en su vida como compañero/a, agradécele.
Expresales verbalmente a tus hijos lo importantes que son en tu vida.
Agradece tus mañanas y cada noche.
Date la oportunidad de parar y observar tu abundancia, porque es tu voluntad, no porque te obliguen.
No des por sentado nada. Toma todo de esta vida como un regalo. No te olvides de tu gratitud. Te abrazo fuerte.