Por Dr. Juan Manuel Negro – Juez de Tránsito Municipal de Malargüe
Esta semana se conmemora el Día Mundial en Recuerdo de las Víctimas de Siniestros Viales, una fecha que invita a detenernos, a mirar de frente la realidad y a reflexionar sobre las vidas que ya no están. Y lamentablemente, Mendoza llega a esta semana con una profunda herida abierta.

En Tupungato, dos adolescentes de 17 y 18 años perdieron la vida en un siniestro en moto hace apenas unos días. En la Ciudad de Mendoza, otro accidente se llevó tres vidas más. Y todavía resuena la tragedia reciente que dejó cinco jóvenes fallecidos en un solo hecho. En Malargüe, nuestro propio departamento, también hemos debido lamentar víctimas fatales este año.

Cada una de estas historias nos golpea. No son estadísticas: son familias destrozadas, amistades truncas y sueños que quedaron sin futuro.
Lo más preocupante es que todo esto ocurre en un año donde se trabajó intensamente en prevención. Visitamos escuelas, brindamos charlas de educación vial, convivencia, consumo responsable y cultura del cuidado a cientos de jóvenes. Pero aun así, la situación sigue siendo crítica.
Porque, aun cuando: aumentaron los valores de las multas, se instalaron más controles de alcoholemia, se aplicaron penas más duras, y se reforzó la prevención en distintos puntos de la provincia, los siniestros no disminuyen, y las alcoholemias positivas siguen siendo preocupantes.

Y lo más alarmante: estamos registrando alcoholemias extremadamente elevadas, muy por encima de lo permitido, algunas incluso cercanas a la intoxicación severa.
Esto evidencia un problema profundo: vivimos inmersos en una cultura de la anomia, donde las normas se relativizan, donde se cree que el riesgo es ajeno, donde esquivar un control se celebra como astucia y no como irresponsabilidad.
Y la verdad es dura: estamos muy lejos del país que decimos querer ser. Un país respetuoso, solidario, maduro y cuidadoso del otro no puede convivir con este nivel de tragedias evitables.

La seguridad vial no depende solo del castigo. Depende de cómo elegimos comportarnos cada día. Depende de cuánto valoramos la vida propia y la ajena. Depende de cómo acompañamos a nuestros jóvenes en tiempos donde el riesgo está a la vuelta de la esquina.
En esta semana de memoria, ojalá que el dolor nos movilice. Ojalá que podamos reconstruir la cultura del cuidado, una donde cuidarnos no sea la excepción, sino el hábito. Una donde manejar sea un acto de responsabilidad social. Una donde cada vida cuente.

Porque, en definitiva, la seguridad vial es responsabilidad de todos. Y cada decisión puede definir si volvemos a casa… o pasamos a engrosar una cifra que jamás debería existir.



