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Un volcán en el patio: El conocimiento que cambio la historia

A 42 kilómetros de Malargüe, entre cárcavas imponentes y huellas de una historia geológica poco común, un criancero descubrió que su cerro no era solo eso: era un volcán hidromagmático único en Sudamérica. Hoy, Don Beto Quesada y su familia guían a visitantes por sus entrañas, combinando memoria rural, ciencia y una experiencia que conecta la tierra con quienes la caminan.

Foto: Gentileza

No había carteles. Ni mapas. Solo el andar del ganado y las estaciones marcando el ritmo de la vida. Para Don Beto Quesada de niño, aquel cerro rojizo era parte del paisaje habitual, un límite más del puesto que su familia ocupaba desde generaciones atrás.

Fue una geóloga, años atrás, quien rompió con esa normalidad. Al recorrer la zona junto a Don Beto, señaló con certeza: “Esto no es un simple cerro; es un volcán, y uno muy especial”. Lo que parecía una afirmación sin trascendencia, terminó cambiando la vida de la familia y el destino del lugar. Malacara una formación sin igual: Un volcán hidromagmático, formado por la interacción explosiva entre magma y aguas subterráneas, lo que generó túneles internos, cárcavas, chimeneas y cañadones con formaciones tan impactantes como científicamente valiosas.

Desde entonces, Don Beto y su familia, quienes hasta entonces solo eran crianceros transhumantes comenzaron a transformar su vínculo con el terreno. Sin abandonar su oficio ni su arraigo, entendieron que el volcán tenía algo más para ofrecer: conocimiento, belleza y una oportunidad para diversificar su economía sin dejar de lado sus raíces. El Puesto Quesada, en ese rincón de la ruta 186, se convirtió en punto de partida para quienes se animan a recorrer uno de los pocos volcanes en Sudamérica que pueden ser explorados desde adentro.

Foto: Gentileza

La caminata, que dura alrededor de tres horas, atraviesa cárcavas como “Tyto alba” —nombre que homenajea a la lechuza blanca que habita la zona—, “Los Puentes” y las temidas “Cárcavas Oscuras”, esta ultima no suelen mostrarse al turista por su profundidad y lo poco explorado de sus pasadizos. Las paredes, de tonos que van desde el ceniza al ocre, hablan de siglos de erosión por lluvia y viento. Algunas chimeneas alcanzan los 30 metros de altura, con pendientes pronunciadas.

El volcán Malacara es un aula viva de geología. Solo puede recorerse con Guias habilitados para conservar el lugar. Sus estructuras internas son testimonio de un proceso eruptivo poco común en la región. Se estima que su formación data del período Cuaternario, y su clasificación como hidromagmático lo ubica dentro de un selecto grupo de volcanes capaces de ser atravesados por dentro, con fenómenos como explosiones freatomagmáticas que dan cuenta de su origen violento y particular. Un dato no menor: en su entorno conviven especies como zorros grises, choiques y aves rapaces, lo que lo convierte también en un microhábitat de valor ambiental.

Foto: Gentileza

En la excursión para conocerlo se llega a un mirador, la vista no decepciona. A un lado se abre la Laguna Llancanelo, espejo de agua salobre que aloja flamencos y otras aves migratorias; al otro, el campo volcánico de La Payunia, una de las concentraciones de conos más grandes del mundo. En lo alto, la antena DS3 de la Agencia Espacial Europea asoma como testigo silencioso del diálogo entre ciencia y territorio. La estación, parte de la red ESTRACK, permite seguir misiones interplanetarias y monitorear el espacio profundo desde un sitio que, hasta hace poco, parecía olvidado.

Pero lo que hace única la experiencia no es solo el paisaje. Es la hospitalidad sobria, honesta, sin espectáculo. El quincho donde la familia Quesada recibe a los visitantes con recuerdos, comida o un mate, la charla pausada que mezcla anécdotas con datos técnicos, y ese relato simple de cuando no sabían que vivían sobre un volcán. Hoy lo cuentan con naturalidad, con orgullo. Sin alardes, pero con la certeza de estar preservando algo que es parte de ellos y de su historia.

Foto: Gentileza

Este no es un parque temático ni un destino masivo. Es una lección de adaptación y de pertenencia. Una prueba tangible de cómo el conocimiento puede transformar la forma en que habitamos el mundo. Y también, de cómo las comunidades rurales pueden integrarse al turismo sin perder su identidad ni su dignidad.

El volcán Malacara, con su corazón abierto familiar, es otra prueba de que los paisajes no son solo vistos: son sentidos, narrados y finalmente comprendidos.


Para quienes deseen vivir la experiencia del Volcán Malacara, pueden acercarse a Av. San Martín 129, Malargüe, Mendoza, Argentina, comunicarse por WhatsApp al +54 9 260 4650780 o escribir a consultas@airesdelibertad.tur.ar y reservas@airesdelibertad.tur.ar.